[vc_row][vc_column][vc_column_text]FULNA un cuento de curación de Renate Weber

El libro tiene la ISBN 9783741227295, cuesta 7,99 y se puede comprar a www.bod.de.[/vc_column_text][vc_btn title=”Pedir ahora” color=”danger” size=”lg” align=”center” i_icon_fontawesome=”fa fa-shopping-cart” link=”url:https%3A%2F%2Fwww.amazon.de%2FFulna-cuento-curaci-n-Renate-Weber%2Fdp%2F3741227293%2F|||” add_icon=”true”][vc_column_text]Les informaré cuando se puede comprar el ebook por 2,99 (oferta de 8 semanas después de la publicación).[/vc_column_text][vc_btn title=”Pedir ahora” color=”danger” size=”lg” align=”center” i_icon_fontawesome=”fa fa-shopping-cart” link=”url:https%3A%2F%2Fwww.amazon.de%2FFulna-cuento-curaci-n-Renate-Weber-ebook%2Fdp%2FB01M01M6V7%2F|||” add_icon=”true”][vc_column_text]

  1. Fulna

Ya era tarde. El director de la revista había revisado el artículo hasta ahora. Tenía que terminarlo. Como siempre, como algunos reporteros que se entregan a su historia en el último minuto. El señor Raffel suspiró profundamente: -¡¿Cómo es que nadie le había explicado a esa reportera que solamente tenía que escribir 2000 signos?! El señor Raffel se pasó furioso la mano por el pelo. Miró por la ventana: Tampoco en las oficinas de enfrente había luz. Su oficina era la única iluminada. Sus compañeros se habían ido a casa muchas horas antes. El señor Raffel miró su cara: Bajo la luz de su lámpara de arquitecto se veían unas ojeras profundas. –Tengo que cuidarme mejor. Si no, la señora Timber me va a terminar entrevistando a mí sobre el burnout y el agotamiento.

 

 

Descontento, el señor Raffel miró el artículo que yacía sobre su mesa. Lo tenía corregido solamente hasta la mitad. El señor Raffel no sabía que más podía recortar del artículo. Trataba de una paciente que había superado su burnout e inventaba un cuento de curación durante su ingreso en una clínica psicosomática.

-¡Esto es demasiado específico!, murmuró el director, quitando los nombres de los personajes del cuento. –Tampoco vamos a hacer publicidad para nadie, gruñó, quitando la dirección de la página web en la cual se podían ver los personajes mágicos.

Que la paciente busque refugio en un monasterio budista tampoco tiene nada que ver con el artículo. ¡Voy a eliminar ese párrafo por completo!

El director miró el número de signos en su ordenador y se sentó cómodamente en su silla. –Exactamente 1999 signos. ¡Ya está!, exclamó.

 

 

Al mismo instante oyó un ruido. Se dio la vuelta, pero no había nadie. – Realmente trabajo demasiado. ¡Ahora mi imaginación me va a volver loco!

De repente se apagó la luz. El señor Raffel sintió cómo el suelo tembló bajo de sus pies. Oyó un silbido, un “woosh“ más grave. Con dedos temblorosos, el señor Raffel buscó el botón de su lámpara. Pero la lámpara no se encendió. Su oficina permanecía a oscuras. Pronto sus ojos se adaptaron a la ausencia de luz. La Luna llena salía de debajo de una nube. Al mismo tiempo el señor Raffel notó algo corriendo por el suelo. Su tamaño no era más grande que el de un lagarto. –Ay, gritó el director, se puso en pie y miró su zapato: ¡un agujero con humo en su zapato! Muy raro. Más raro aún fue llamarada que quemó el otro. El señor Raffel se quitó el zapato dando unos pasos para atrás.

 

 

Se quitó el otro zapato con el agujero y miró sus calcetines: Su dedo gordo estaba herido. Cuando miró a su alrededor lo vio:

La criatura estaba sentada en una caja de cartón con viejas ediciones de su revista. Le miró con ojos azules y curiosos. Cuando abrió su garganta para soltar otra llamarada, el director pudo ver su cuerpo con escamas rojas y cola con espinas: Tenía un pequeño dragón frente a sus ojos.

El dragón abrió sus alas, que no eran más grandes que las de un murciélago. El señor Raffel se frotó los ojos y notó algo duro. Cuando consiguió sacárselo del ojo, descubrió que se trataba de un pedazo de cáscara de huevo. -¿Ya has salido del huevo?, preguntó con sorpresa al dragón rojo. –Aprendes muy rapido, humano, contesto el dragón, insolente. -¿Cómo te llamas, dragón? -Me llamo Fulna, y para tu información ¡soy una dragona!, explicó la dragona, orgullosa. –Pues, Fulna, no puedes quedarte aquí. Mis compañeros te podrían ver. -¡Que mala suerte!, gruñó la dragona. –Podrían hacerte daño, advirtió el director de la revista. -¡Tienes que esconderme! -¿Y por qué tendría que esconderte? -Porque ahora, eres responsable de mí. -¿Cómo?Mi llamarada de saludo, ¿ya la olvidaste? -¿Qué?La huella de mi garra en tu pie. Ahora eres mi padre adoptivo hasta sea una dragona adulta. -¿Y cuánto tiempo dura eso? -Hasta el día en que pueda volar. -¿Quieres que te enseñe a volar? -No, solamente tienes que alimentarme, hasta ese día. ¿Y tú que haces aquí? -Soy el jefe de una revista. -¿Qué es eso? – Digamos que hago un periódico para los humanos. -Pues tiene buena pinta. Tengo hambre, dijo la dragona. –Los periódicos no se comen. Son hojas cosidas que contienen mensajes, de humano a humano. -¿Y qué haces con esto? -Leo lo que han escrito los hombres, lo corto y lo escribo de otra manera. -¿Y me puedes enseñar?, preguntó la dragona con los ojos iluminados. –Ni siquiera tengo suficiente tiempo para mí con todo el trabajo que tengo. Entonces, ¿cómo voy a tener más tiempo para un dragón? -Me tienes que dedicar tiempo. Llevas el signo. -Estoy exhausto. Quizás me estoy imaginando todo esto. Me voy a casa. -¡Oye! No me puedes dejar atrás. No soy ninguna imaginación, mira tu pie. Es la prueba. -¡Basta ya! Me voy. -Dime, ¿cómo te llamas?, preguntó Fulna. –Bjoern. -Pues, Bjoern, lo que te he dicho sobre signo es la verdad. -Te podría llevar al zoo. Allí estarás con los otros animales… -¡¿Otros animales?! Soy una dragona y pertenezco al humano que lleva mi signo. Tienes que enseñarme todo lo que sabes. Esa cosa de leer, también. –Pero si mis colegas te ven te llevarán al zoo. -Tienes que llevarme a un lugar seguro. Allí, me puedes dar los ratones y también los murciélagos. -¿Murciélagos y ratones? ¿De dónde voy a sacar yo murciélagos y ratones? -¡Eres lo bastante grande para alcanzarlos! -¡Jamás! Ay, qué cansado estoy… -Bueno, pues entonces muéstrame dónde puedo dormir. O me iré a tu casa contigo. -Ya está bien. Puedes dormir en el cuarto de la limpieza.

Las mujeres de la limpieza raramente lo abren. Pero si lo abren, tú te escondes, ¿entendido? -De acuerdo. ¿Y dónde está mi comida? -Mañana iré a la tienda de animales, dijo el director, con un profundo suspiro. -Pero tengo hambre ahora. -Entonces come esta barrita de cereales. Te la voy a abrir, dijo el señor Raffel y abrió una barra de chocolate. –Tienes que ponérmelo en mi boca, se quejó la dragona.

– Ah claro, olvidaba que acabas de salir del huevo hace pocos minutos. -¡No te rías de mí!, exclamó la dragona. Entonces, el señor Raffel le pusó la barra delante. Era el primer contacto entre humano y dragona.[/vc_column_text][vc_single_image image=”7130″ img_size=”large” alignment=”center”][vc_column_text]Con mucho cuidado, como si la barra tuviera algo peligroso, Fulna respiró y mordió un trocito. Lo masticó, lo tragó y cogió el resto de la barra con mucha habilidad.

-Pero eso me alcanza ni para mi diente de fuego. ¡Espero que tengas más!, dijo Fulna con mucho enfado.
[…][/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][/vc_column][/vc_row]