Coraje y Miedo
Todo empezó con mi perro Tom. El tenía miedo de los niños, de sus moviementos impredicibles y sus patines de ruedas. Tom ladraba a todos los niños durante todos nuestros paseos. Ni gritos ni carne lo apartaba de sus ataques. Hasta entonces yo no había entendido que el perro no tenía algo contra los niños en general. Lo único que tenía era miedo. Pasearse con Tom se transformaba en una tarea estressante. Intenté de evadir a los niños pero eso era casi imposible. Un día yo junté todo el coraje en mí y toqué el timbre de nuestros vecinos. Ellos tenían dos niños, Maria con 7 años y Pablo con 5 años. Cuando yo pregunté a mi vecina si uno de sus hijos me podría acompañar en mis paseos con Tom elle dijo que si. Después yo no me sentía comoda con este “experimento”. ¿Y si Tom intentaba de morder el niño? La solucíon era facíl: Yo entrenaba a Tom de llevar un bozal. Pusé embotido de hígado en el bozal y así Tom la lamió cuidadosamente en vez de deshacerse del bozal. El Domingo una semana más tarde yo pregunté a Maria de accompañarnos durante nuestro paseo. A Maria les gustaban los perros pero también tenía miedo de los perros que corrían sin correa. Tom ladró a Maria. Eso cambió cuando dio el bolso con carne a Maria. Tom la seguía como un burro que corre detrás de una zanahoria. Ella andaba 5 metros adelante de él por precaución. Cada vez cuando elle le ordenó de “sentarse y quedearse” él obedecía y recibió un pedacito de carne. Ibamos al río. De repente 3 perros labrador salieron corriendo de la maleza. Entornaron a Maria porque olieron el bolso con la carne que tenía para Tom. María se puso a llorer mientras que yo intenté de mandarles fuera. Desde entonces Maria no quería regresar por nuestro paseo a casa en miedo de encontrar los tres perros labrador “sueltos” otra vez. Intentamos de andar por un otro camino pero era dificil de no encontrar otros perros sin correra. Era tan impossible de evitarlos como antes había sido impossible de evitar a los niños. Cuando pregunté a Maria dondé quería ir ahore ella mostraba al parque. Aquí todos los perros tenían que estar con correra y así el parque devenía nuestro refugio en las semanas que vinieron. Allá nosotros cogíamos hierbas para mis dos cuyes. Maria se podía relajar y me contaba historias de su colegio, sus amigos y su familia. Yo admiraba su coraje de continuar nuestros paseos aunque ella tenía tanto miedo de Toms moviementos impredicibles o de los perros sin correra. De repente comprendi que nuestros paseos eran un entrenamiento en contra de nuestros miedo. El miedo de Maria de los perros “sueltos”, el miedo de Tom de los moviementos impredicibles de los niños, y mi miedo que Tom les mordía un día en su manía de ladrarlos para que se fueron.
Mi calma nueva también aseguraba a Tom que no todos los niños eran malos. El aullaba cada vez cuando Maria no estaba en casa cuando nos pasabamos. Yo podía quitarle el bozal. Pero si le dejó correr libre, Maria empezó a llorar cuando el la entornaba para jugar con ella. Entonces dejó a Kalle con su correra y eso dio un sentimiento de seguridad a Maria. Hasta que un día su hermano pequeño, Pablo, quería ver mis cuyes y mi perro en mi casa. Después de nuestro paseo ibamos a llevarle a mi casa. Maria, que ya estaba acostumbrada a los cuyes le mostraba como llevarles, acaraciarles y darles diente de léon. Yo tenía Tom con su correra para que no saltaba a los niños. Le dio pedacitos de carne cuando se quedaba a mi lado y no intentaba de tocar los cuyes ni los niños. Entonces, cuando pusimos los cuyes otra vez en su jaula Pablo se sentaba en frente de Tom. Era obvio que él no tenía miedo del animal. El niño era curioso y yo le dio un poco de carne para que la diera al perro. Pablo abrio su mano y dio la carne a Tom: “Es facilisímo, como dando una manzana a un caballo”, dijo el chico con mucha ilusión. –“Venga, Maria, puedes tocarle como el perro Jack Russel de los vecinos….”
Pero Maria se solidificó. No se sentía comoda con esa idea, gritó a los cuyes y tomó un libro para niños de mi estantería escondiendose en una esquina. Casi lloraba cuando me contaba que ella también quería acariciar a Tom pero no se atrevía. Yo le dijo que eso no era importante. No era importante si su hermano le tocaba antes de ella. Lo que importaba era que ella continuaba con nuestros caminos, que Tom la quería y aullaba quando ella estaba en el cole. Le explicaba que a veces en nuestra vida hay cosas donde necesitamos más tiempo que otros de aprenderlos. Y eso es el mensaje para hoy: Tener y mostrar miedo no es la absencia de coraje sino el contrario: es muy valiente. Cada uno de nosotros tiene miedo de algo. Casi todos intentamos de esconderlo y tenemos verguënza que existe el miedo dentro de nosotros. Pero esta chica, ella tenía la fuerza de “andar el camino del miedo” para estar con mi perro que le gustaba pero también la asustaba. Al final ella pensaba que su hermano pequeño le volaba su esfuerzo en tocando Tom primero. Y , para ser franco, creo que todos somos un poco como ella, comparandonos constantamente con otros cuando no es necesario. Tampoco es posible: Todos somos individuos y todos tenemos nuestros fuerzas y nuestras debilidades. El truco es de continuar nuestro camino aceptando nuestras debilidades y también observando nuestras fuerzas. Eso es una historia real de la vida que quería compartir con vosotros. Saludos y felices Fiestas y un prospero (y un menos desafiante) ano 2021!
Renate Weber